"...pero frente a la muerte, nosotros, lo hombres, vivimos en una ciudad sin murallas". Epicuro
…No obstante a mí me habría encantado estar presente con mi cámara en el rodaje de esa magnífica película (El séptimo sello), y fotografiar a la muerte jugando al ajedrez con el caballero. O cualquier otra escena de potente dramatismo o teatralidad. Y, luego, acompañar esa imagen, en este diario, con un diálogo como éste:
– ¿Por qué la cruel imposibilidad de alcanzar a Dios con los sentidos? ¿Por qué escondernos en una oscura nebulosa de promesas que no hemos oído y milagros que no hemos visto? Si desconfiamos una y otra vez de nosotros
mismos. ¿Cómo vamos a fiarnos de los creyentes? ¿Qué va a ser de los que
queremos creer y no podemos? ¿Por qué no logro matar a Dios en mí? ¿Por qué
sigue habitando en mí ser? ¿Por qué me acompaña humilde, a pesar de mis
maldiciones que pretenden eliminarlo de mi corazón? ¿Por qué sigue siendo
una realidad, que se burla de mí y de la que no me puedo liberar? ¿Me
escucha?
– Lo escucho.
– Yo quiero entender, no creer. No debemos afirmar lo que no se logra
demostrar. Quiero que Dios me tienda su mano, vuelva su rostro y me hable.
– Pero continúa en silencio.
– Clamo a él en las tinieblas y nadie contesta a mis clamores.
– Tal vez no haya nadie.
– Entonces la vida no tendría sentido. Nadie puede vivir mirando a la muerte
y sabiendo que camina hacia la nada.
– La mayoría de la gente no piensa en la muerte ni en la nada.
– Un día, llegan al borde de la vida y deben enfrentarse a las tinieblas.
– Sí. Y cuando llegan…
– Calle. Sé lo que va a decir. Que el miedo nos hace crear una imagen salvadora. Y esa imagen es lo que llamamos Dios.
Fragmento de un diálogo del Séptimo Sello. Ingmar Bergman.
Once de septiembre, ocho treinta de la mañana: recibo una llamada de mi amiga Yuki, sorprendente por la hora y porque hablamos muy de tarde en tarde. No podía ser una buena noticia. Me cuenta que nuestra amiga H. se encuentra ingresada en un hospital de Kioto desde el día ocho de agosto con un cáncer de páncreas y posibles ramificaciones en el hígado. La noticia no puede ser peor, me deja anonadado y llamo inmediatamente a H., que no contesta. Qué tristeza y qué impotencia. En los primeros días de Agosto, a dos personas queridas para mí, les han diagnosticado enfermedades fatales. Quisiera de todo corazón que no sufran y a ser posible que se recuperen y puedan vivir un poco más. Siempre es necesario un poco más. Recuerdo a mi madre, ingresada también con un cáncer, a los sesenta y cinco años recién cumplidos, dando un paseo por el pasillo del hospital, del brazo de Naty y mío, diciéndonos: -es pronto, demasiado pronto-. Nunca, entre nosotros, los meses que duró la maldita enfermedad, pronunciamos –cáncer– esa fatídica palabra.
Cosas de un martes cualquiera I. Lo primero, a las seis de la mañana, mi ascético desayuno: un vaso de leche con dos galletas con mermelada y un café. Me pregunto por qué no me permito un festín: huevos fritos con jamón y tostadas con aceite y café y zumo y hasta algo de fruta; seguro que el día resultaría algo más vibrante y luminoso. Supongo. Después, saco a Charlie Brown a dar una vuelta rápida para que alivie sus esfínteres. A continuación subimos al estudio (no sé porque lo llamo así, tan pretenciosamente, porque yo no he estudiado nunca nada; supongo que porque de algún modo tenía que llamarlo). Charlie restriega su cabeza y su cuerpo contra mí mientras escribo. Tiene una técnica: mete la cabeza debajo de mi brazo derecho y lo levanta para impedirme que utilice el teclado o el ratón. Pero, a pesar de nuestra afectuosa pelea, Charlie es una presencia tierna y tibia que me reconforta. Desde las seis de la mañana que me he levantado todo lo que he oído y leído sobre lo que al parecer sucede en el mundo me resulta sospechoso e insoportable. Negro tirando a fúnebre. La radio que despierta a Naty comienza a escupir tonterías sobre el tostón de los independentistas catalanes, o como quieran llamarse esas presuntuosas, manipuladoras e ignorantes gentes (que incompetentes, por dios; no consiguen lo que tanto desean, y sí aburrirnos a todos hasta el vómito). O sobre yihadistas, ese hatajo de asesinos que matan al buen tuntún en nombre de un Dios que jamás ha existido. Es imposible mayor perturbación y deficiencia mental. Echo un vistazo a las cosas del ordenador: la carpeta siempre vacía de entrada de correo y portadas de prensa (ahí aparecen otra vez los mismos de antes) y alguna que otra nadería. Y escribo, como por ejemplo esta entrada de diario. Charlie Brown, se dedica a incordiarme pidiendo atención y salir otra vez a la calle, que es lo que más le gusta. Me empuja con el hocico, o me da golpecitos con una pata, o gira en torno a mí como indio en pie de guerra…
«El francés medio», «el pequeño burgués»: tipos vergonzosos de circulación corriente, que han florecido sobre las ruinas de las hazañas del pasado… ¡qué ironía de la vida! Al sacrificio de los héroes siguen las sosas delicias del mediocre, como si los ideales sólo brotaran de la gloria de la sangre para ser pisoteados por las dudas». E. Cioran (De la France, 1941)
….Para terminar con la tentativa de aproximación a la fusión (concepto muy actual) de imágenes y palabras, y más concretamente a su máxima expresión, el cine: me parece que sus fotografías, dado que están en función de una historia, y además no cesan de discurrir vertiginosamente, sólo nos sirven relacionadas entre sí, unas detrás de otras, y otras, y otras; y así hasta el fundido en negro final. Después de que la película ha terminado, si ésta contiene belleza plástica o fotográfica, sólo nos queda el estupor de las emociones sentidas mientras seguíamos la narración; y si la historia literaria nos ha llegado al corazón, eclipsará, muy probablemente, la belleza estética que contenga. Esta innecesaria reflexión sobre la fotografía sola, la fotografía con palabras: diarios, publicaciones ilustradas, libros, cromos, estampas…, y la fotografía cinematográfica, con muchos ingredientes creativos acompañándola, me asalta por el malestar o las dudas de las que hablaba el martes pasado, que me aturden incesantemente. En estos tiempos ¿está la fotografía en crisis, o la crisis soy yo? Quizá otro día siga con todo esto.