Atrezzo para un soliloquio…
…Elegí la habitación convulsa. Por supuesto. En las paredes de pintura descolorida había algunos objetos que empezaron a moverse a medida que enfocaba y disparaba mi vieja cámara grande. Una inservible escalera apareció súbitamente frente a mí, pidiendo sitio en la fabulación que sucedía a golpe de obturador. Debía saber que soy sensible a lo que ya no sirve para subir a ninguna parte…
…Era medio día. Decidí que ya era suficiente. Me sentía algo cansado de manotear entre los fantasmas de mi necesidad. Recogí mis cosas y salí del edificio. Abajo, cerca del coche, dos hombres se afanaban en un trabajo indescifrable. Nos ignoramos. Se me ocurrió volver a entrar a echar un último vistazo porque con frecuencia me dejo cosas olvidadas. Volví a recorrer las desoladas habitaciones…
…También me sucede lo mismo con la escritura, soy incapaz de planear qué escribir si no es frente a la pantalla y el procesador de textos. Antes de tener el teclado delante de mis narices, nada, no se me ocurre nada. Dependo de la «máquina» que toque para que concitela acción, sin ellas, catatonía pura. Tengo un alma impasible y desganada…
…Veinticinco de Abril (ver diario de ayer). Salí de mi casa a las ocho y media de la mañana. Me dirigí hacía el noreste, a la ciudad de A., en la que imaginaba encontraría un escenario adecuado para fotografiar y dejarme llevar por mis ensoñaciones (tonterías) durante unas horas. Di unas vueltas por la zona urbana (que no palaciega) intentando hallar la carretera o camino de acceso a lo que buscaba. Por fin di con la ruta. Eran casi las diez de la mañana. Una vez allí me alegré, porque me pareció un emplazamiento perfecto para que ocurrieran algunas cosas, aunque, cuando entré en una de las habitaciones, se produjo un ligero temblor, como si mi presencia, y lo que era peor aún, mis intenciones, resultaran incómodas al sórdido equilibrio del contaminado lugar…