Érase un hombre al que le gustaba merodear por el abandono…
Dice Javier Gomá Lanzón, en su libro de artículos ensayísticos –Todo a mil- (palabras que contiene cada uno de ellos) –Los genios desconocidos no existen– y además explica por qué (es la razón del pequeño ensayo), y todo lo que arguye es razonable y, sencillamente, cierto. Recoge un párrafo de Senectud, de Ítalo Svevo:«Creía seguir hallándose aún, tanto en la vida como en el arte, en una etapa preparatoria, y en su fuero interno se consideraba a sí mismo como una máquina genial y de gran potencia que está construyéndose pero que aún no ha entrado en funcionamiento. Vivía siempre a la expectativa, más bien impaciente, de algo que iba a surgir en su cabeza, el arte de no sé qué que iba a llegarle de fuera, la suerte, el éxito, como si la edad de las mejores energías no hubiese superado aún», y Gomá, acertadamente, añade:«Pues bien, es mi deber informar, tras haber realizado una extensa averiguación histórica y comparada sobre el tema, que del resultado de ésta se sigue que el genio desconocido no existe ni ha existido nunca».
El balbuceo de hoy lo perpetré en Julio. Puro pasado. Son los curiosos efectos especiales del tiempo en este diario: escribo mirando al día que vendrá y lo que finalmente aparece ya es pretérito. Pero eso es inherente a cualquier actividad humana, o simplemente al hecho de vivir en el espacio y el tiempo (no hay otro modo, salvo para los dioses, supongo). Por otro lado, como no puedo prever si en ese intervalo de tiempo habrá catástrofes naturales, o de otro tipo (como que los políticos nos llamen a las urnas), este diario, como no podía ser de otro modo, procura eludir las conexiones con la actualidad. No, no es ningún inconveniente porque, a fin de cuentas, las convulsiones del mundo no son de mi incumbencia…
Este mes de diario está resultando caótico, luego maravilloso. Cada mes me gusta más mi diario y al mundo menos, porque las visitas a la web bajan incesantemente. A este ritmo no tardará mucho en convertirse en un sitio abandonado. No está en mi mano cambiar ese aciago destino, sencillamente porque solo puedo hacer lo «mío» lo mejor que sea capaz, y eso hago. Seguramente me encantaría tener una respuesta entusiasta del mundo por mi dedicación, pero no, eso no sucede. Y, desde luego, no estoy dispuesto a convencer a nadie sobre la excelencia de mi trabajo. Si realmente lo fuera, el mundo ya se habría enterado y habría dado señales de que le gusta e interesa, creo. No en vano el diario cumplirá dentro de nada diez años, completamente accesible a todo el mundo, tiempo y circunstancia más que suficiente para que hubiera transcendido.«Hay vidas extenuadas por una intensísima vocación pero artísticamente estériles, incapaces de producir nada de mérito». Javier Gomá Lanzón
…Este diario y toda mi actividad fotográfica a lo largo de muchos años ha tenido y tendrá una pretensión artística, pero un carácter y resultado privado, luego fallido, en toda su extensión, salvo para mantener mi anhelo de acción y crecimiento. Dice también Gomá Lanzón en uno de sus microensayos: «…como mostró Wittgenstein, no existen los lenguajes privados, tampoco es pensable una obra literaria privada. Crear es siempre un acto de comunicación». Cierto, me parece. Después de todos estos contundentes e irremediables argumentos, unidos a mis sospechas largamente masculladas, no tengo más remedio que asumir mi papel de Emilio Brentani, en Senectud. Ah, y lo de la gloria demorada o póstuma ni es justa ni tiene ningún sentido para el supuesto merecedor de ella. Es endiabladamente difícil establecer un precario equilibrio entre la acción y la desatención. Yo seguiré, no puedo hacer otra cosa, y pensaré, de vez en cuando, en lo que dijo Samuel Beckett, aunque quizá con otro sentido: «Reconocer que ser artista es fracasar como nadie se atreve a fracasar…El fracaso es el mundo del artista»