“Lo único que se aprende de la experiencia es que no se aprende nada de la experiencia”. Bernard Shaw
TABAQUERÍA IV (Traducción de Octavio Paz)
(Come chocolates, muchacha,
¡Come chocolates!
Mira que no hay metafísica en el mundo como los chocolates,
mira que todas las religiones enseñan menos que la confitería.
¡Come, sucia muchacha, come!
¡Si yo pudiese comer chocolates con la misma verdad con que tú los comes!
Pero yo pienso y al arrancar el papel de plata, que es de estaño,
echo por tierra todo, mi vida misma.)
Queda al menos la amargura de lo que nunca seré,
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico que mira hacia lo imposible.
Al menos me otorgo a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
noble al menos por el gesto amplio con que arrojo,
sin prenda, la ropa sucia que soy al tumulto del mundo
y me quedo en casa sin camisa.
(Tú que consuelas y no existes, y por eso consuelas,
Diosa griega, estatua engendrada viva,
patricia romana, imposible y nefasta,
princesa de los trovadores, escotada marquesa del dieciocho,
cocotte célebre del tiempo de nuestros abuelos,
o no sé cuál moderna -no acierto bien la cual-
sea lo que seas y la que seas, ¡si puedes inspirar, inspírame!
Mi corazón es un balde vacío.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus me invoco,
me invoco a mí mismo y nada aparece.
Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, la acera, veo los coches que pasan,
veo los entes vivos vestidos que pasan,
veo los perros que también existen,
y todo esto me parece una condena a la degradación
y todo esto, como todo, me es ajeno.)…
DIGRESIÓN CINCO: Muchos hijos, un mono y un castillo (España, 2017). Guión y dirección: Gustavo Salmerón. Reparto: Documentary, Gustavo Salmerón , Julia Salmerón y demás familia. Julita dice, para explicar su eterno afán de guardar los más heterogéneos objetos: no puedo desprenderme de ellos porque forman parte de mi vida. Y sí, su síndrome de Diógenes, el de todos, consiste en eso, en guardar y guardar (el mío miles de fotografías), quizá porque no se confía mucho, ni en la memoria, ni en uno mismo. Gustavo monta un documental sobre su familia, de prolijo desarrollo de hechos, objetos y surrealismo. El continuado y genial monólogo de Julita es hondamente existencial, incorporando un obsesivo y coherente diálogo con la muerte por venir. Ajusta cuentas con el pasado, con sus incoherentes coherencias, con su fe, aparentemente perdida, sobre la que reflexiona que, “tenerla no cabe en cabeza humana medianamente sensata”. Aunque, puestos a elegir, mejor tener fe que no, porque ayuda a vivir, según dice. Gustavo habla de su madre, protagonista absoluta del documental y de la vida de toda la familia: “Pero mi madre siempre fue como se ve en pantalla. Lo que yo he tratado de conseguir en mi carrera como actor, alcanzar la verdad, mi madre lo logra de manera automática. Es una especie de Gena Rowlands, con capacidad inmensa para trascender»; también dice, “Julia es una mujer insatisfecha y a la vez disfrutona”. Y sí, así aparece y así, al parecer, ha sido su inaudita vida, con un mono y un castillo, además de hijos y marido, todos cautivados por ella, al menos aparentemente. Gozoso documental, aunque me molestó un poco una cierta precariedad en la realización, que afea el resultado. En ese sentido, y quizá por una cierta analogía, aunque lejana cultural y cinematográfica, tengo como referente absoluto de las creaciones testimoniales y familiares El desencanto, sobre los Panero, de Jaime Chavarri (1976), pero claro, los planteamientos y el perfil de los protagonistas son muy distintos. Ésta última, multipremiada y entusiásticamente aplaudida por la crítica, aun siendo estimable, no pasará a la historia como lo hizo El desencanto.
DIGRESIÓN TRES. The Bookshop (La librería). España. 2017. Guion: Isabel Coixet, basado en la novela de Penelope Fitzgerald. Intérpretes: Emily Mortimer, Patricia Clarkson, Bill Nighy, Honor Kneafsey. Hay un crítico de cine, al que sigo con respeto y empatía, además de estar de acuerdo con sus valoraciones la mayoría de la veces, Carlos Boyero, que sobre esta película dice: «De libros y soledades. Esta película habla de esas sensaciones. Y lo hace con un lenguaje, unos matices, un tono y una capacidad de sugerencia que me conmueven». A mí, nada de nada, todo lo contrario, porque la historia me ha parecido impostada, manipuladora, enfática e inverosímil. Y lo peor de todo, sosa hasta hacerme bordear el sueñecito. Nunca me ha gustado la Coixet, tan buenina ella (que buenos son todos sus personajes protagonistas, a los que ella da todo su cariño sin desaprovechar la ocasión para revestirlos de mensajeros de la paz). Su cine, tan maniqueo y simplista, nos induce a pensar que la naturaleza humana, en el fondo, es tan buena como sus personajes buenos. El problema de esta película, entre otros, es que es como un nacimiento navideño, con sus estáticas figuritas, que cumplen a la perfección su papel, sin sobresaltos. Y eso, reconocidísima Coixet, es una sospechosa parábola en tonos pastel, como los de la película. Los buenos son buenos y componen gestos desbordados por una gestualidad bondadosa e ilustrada, cómo no; decepcionantemente previsibles en todos sus ademanes (como paseos solitarios que informan de la rica vida interior del personaje). Da gusto verlos en su papel de seres elevados e intachables. Los malos, son muy malos (de culebrón), también sin apartarse ni un milímetro del sitio que les ha tocado en el reparto; y los cínicos, lo son a tiempo completo, infatigables en sus retorcidas y malignas actuaciones; inasequibles a la compasión. El solitario lo es hasta el ridículo por sobreactuación estereotipada que le lleva hasta enamorase como un adolescente. El guion le hace morir cuando no sabe qué hacer con él, una vez que ha cumplido a la perfección con su papel de misántropo bueno, pero incompleto. Ah, y que no se me olvide la niña, que también hace un papel perfecto de niña perfecta. Toma decisiones muy, pero que muy adultas, desde una adorable imagen entre la ingenuidad y el compromiso. Para colmo de la ejemplaridad que nos coloca Coixet, esa niña deviene, a modo de alegoría ejemplarizante, en librera de vocación, con look de “progresista” madura, de una modernidad pasada de moda e inasequible al cansancio, como suelen ser los militantes de la cultura. Película con mensajes en la que Coixet nos coloca varias enseñanzas, como si fuéramos perfectos idiotas, a saber: en plena época reivindicativa, las mujeres son buenas y compasivas (la mala es una excepción para reforzar, por contraste, la bondad natural de la protagonista); los niños son angelicales por naturaleza; los solitarios sufren mucho, por buenos; y los cínicos también, pero por malos, porque son unos inadaptados y unos egoístas. Ah, y también que los libros son buenos y hacen bien a la gente y que, Ray Bradbury (con su obvio guiño en defensa de los libros por traer a colación Fahrenheit 451) y Vladimir Nabokov, son excelentes novelistas, cosa que ya sabíamos. A Coixet, con este último, se le va un poco la mano, porque en un pequeño pueblo donde, al parecer, nadie lee, adquiere para su venta doscientos cincuenta ejemplares de Lolita, lo que seguro que no consigue vender ni Amazon en todo el mundo. Así de primariamente maniquea se expresa la exitosa directora catalana. Pero yo debo estar profundamente equivocado porque esta “peli” ha gustado a todo el mundo (hacía tiempo que no veía tanto entusiasmo en todos los críticos, sin excepción) y, además, la han colmado de premios. Sí, sin duda, sigo persistiendo en mis errores de apreciación. Incorregible.
DIGRESIÓN UNA. La verdad de Agamenón. Javier Cercas (2006) Ebook: Penguin Random House (2013). Obra fragmentaria (lo dice el propio Cercas) que reúne artículos, relatos y fragmentos de obras, toda una seminal y heteróclita muestra de su manera de situarse ante el hecho creativo y literario. Y personal. Esta colección de escritos, para mi mayor gozo, está empedrada de citas, propias y ajenas: “Lo único que se aprende de la experiencia es que no se aprende nada de la experiencia”. Bernard Shaw. En este tipo de obras, que tanto me gustan y que tanto se ajustan a mi modo de hacer diario, encuentro todo tipo de referentes que enriquecen mi mirada y a su vez apoyan y refuerzan el sentido de lo que hago, como por ejemplo cuando Cercas trae a colación a Kitaj, dice: “Todo cuadro contiene una novela, y toda novela contiene un cuadro”. Imagen y palabras, piedra angular de mi quehacer, intercambiables siempre. La obra contiene cuatro capítulos, diría que ejemplares, y un cuento: La verdad de Agamenón (a modo de epílogo, según dice el propio Cercas); original, divertido y también diría que ejemplar.