"En todas partes, no solo en las calles paceñas donde no hay día que no te quedes prendido de una escena de color intenso”. Miguel Sánchez-Ostiz
PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo tres: La Paz (Bolivia),
siete de febrero, jueves
V
“…Tal vez demasiado colorido. No es difícil verlo y apreciarlo. Lo que resulta más complicado es averiguar y asomarse a lo que hay detrás. En todas partes, no solo en las calles paceñas donde no hay día que no te quedes prendido de una escena de color intenso”. Chuquiago. Miguel Sánchez-Ostiz
Probablemente, ni en todo el día habríamos conseguido recorrer todo el mercado. Estaban organizados temáticamente: ropa, componentes de coches, piezas de desguace de todo tipo de maquinaria, ferretería, material escolar, comida que guisaban en situ (grandes perolos de aceite hirviendo donde freían carnes y tocinos, también guisos de cuchara). Cualquier cosa imaginable estaba allí, expuesta al sol. Después de dar una vuelta de alrededor de una hora por los puestos, absolutamente impresionados, volvimos al metro aéreo, esta vez a la línea azul, que no ascendía como la roja, sino que planeaba lentamente sobre la ciudad llana de El Alto (estaba construida en la meseta) y discurría sobre una gran avenida que atravesaba gran parte de la ciudad. Durante mucho tiempo, todavía seguimos viendo los puestos del gran mercado…
COROLARIO: Durante el viaje, en la impoluta cabina del funicular, fuimos charlando animadamente con Carlos de diversos temas, aunque predominaron los relativos a la ciudad. Hacia la mitad del recorrido, subieron a la cabina dos técnicos, pulcramente vestidos de esa guisa, de alguna empresa, parecía que de infraestructuras, que charlaban de cuestiones de trabajo. Por el acento y el modo de expresarse parecían españoles.
PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo dos: Lago Titicaca, Copacabana (Bolivia),
seis de febrero, miércoles
VIII
“No tener tiempo para profundizar es, indudablemente, una limitación para cualquier observador. ¿Y si esa velocidad, esa misma ligereza, pudiera ser también una ventaja? Cuando nos resulta imposible una mirada exhaustiva y documentada sobre un lugar, solo nos queda el recurso poético de la inmediatez: mirarlo con el asombro radical de la primera vez. Con cierto grado de ignorancia y, por lo tanto, de avidez inaugural”. Andrés Neuman
El viejo microbús que nos llevaría a La Paz levantó airadas protestas de varios mochileros que también tenían billetes para ese viaje. La encargada de la compañía se lo dejó claro: -haced lo que queráis, viajar o no, otro autobús no habrá-. Se rindieron, no sin antes amenazar con que irían a la policía. La encargada ni les contestó. La protesta de los mochileros no tenía sentido ya que, a pesar de la incomodidad del microbús y la más que previsible lentitud del viaje, la ruta que seguiría nos ahorraba en torno a una hora. Ascendimos un puerto de media montaña a velocidad de tortuga. Una vez remontada la interminable cuesta, bajamos hasta San Pedro de Tikina donde tuvimos que abandonar el autobús para cruzar un estrecho de agua del lago Titicaca. Un vez superado el obstáculo continuamos viaje, despacio, muy despacio. Entramos en La Paz por el barrio de El Alto, creado hace tan solo treinta y cuatro años en el altiplano colindante. Densamente poblado. Avanzar por la gran avenida que nos llevaba al centro de La Paz resultó lento, con innumerables paradas. Supongo que es importante el modo de llegar a una gran ciudad, en este caso La Paz. A Neuman, por ejemplo, le llamó la atención el aeropuerto y los limpiabotas embozados; a mí, la tortuosa entrada por carretera atestada de coches, taxis colectivos, mercados y aglomeraciones de gente aparentemente azarosas, sin sentido o tal vez con todo el sentido del mundo. Los vehículos se agolpaban en las rotondas y conseguían pasar haciendo gala de una inconsciente osadía, pero pasaban; los coches se cruzaban apenas a cinco centímetros de distancia pero nunca se rozaban. Ni un solo claxon, nadie se enfadaba o impacientaba. Llegamos a la terminal a las cinco y media…
COROLARIO: No he viajado mucho pero en las ocasiones que lo he hecho a ciudades pertenecientes a ámbitos económicos aparentemente desfavorecidos: Marruecos, Egipto, Túnez, India y ahora Latinoamérica, la pericia en el manejo de vehículos y la educación cívica de los conductores está infinitamente más evolucionada que en el supuesto primer mundo.
PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo tres: La Paz, (Bolivia) ocho de febrero, viernes
XX
“La mejor respuesta que encuentro es que en La Paz me he sentido dichoso, y eso lo resume todo, me da igual lo que pasara, he sido dichoso, no puedo decir nada más y esto ya es mucho”. Chuquiago. Miguel Sánchez-Ostiz
Nuestra estancia en La Paz tocaba a su fin. Nos despedimos de Carlos que resultó un hombre culto (me recomendó la lectura de Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, obra de la que ya tenía alguna referencia pero que no había leído), de muy buen manejo del lenguaje y buen conversador (cuidadoso en la escucha y contenido en el discurso, condiciones básicas para ser bueno en ese arte). No se mostró crítico hacia el paso de los españoles por Bolivia en la época colonial, lo que fue de agradecer porque habría supuesto una equívoca e innecesaria desconsideración hacia nosotros. Nos hizo muy grata la estancia en La Paz, no solo por su sentido del humor e interesante conversación sino porque, en todo momento, su máximo interés radicó en que consiguiéramos hacer aquello a lo que habíamos ido, especialmente fotografiar.
COROLARIO: En cuanto a nuestra percepción de La Paz, nosotros no podíamos llegar a la categórica afirmación de Sánchez-Ostiz pero sí que nos sentimos muy cómodos en ella y, sobre todo, vivamente interesados por lo que la ciudad sugería o tal vez prometía. Creo que en esa ciudad podríamos permanecer bastante tiempo sin cansarnos y eso es porque ofrecía algo que, sin saber qué era, llegaba nítida y directamente a nuestra sensibilidad.
PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo tres: La Paz (Bolivia) ocho de febrero, viernes
XVIII
“Una ciudad no la conoces si no la pateas, si no te dejas arrastrar por sus reclamos, si no estás alerta, todo ojos, ojos de pájaro, oídos de fuina que te permiten oír lo inaudible, lo desdeñable”. Miguel Sánchez-Ostiz
Carlos se marchó no sin antes recomendarnos un pequeño restaurante popular donde podríamos probar las Salteñas, empanadas rellenas de carne, huevo duro, especias y una salsa ligeramente picante. Las probamos: jugosas y sabrosas. Nos gustaron. Quedamos con él en el hotel a las cuatro y media para que nos acompañara a los altos a realizar tomas generales de la ciudad. Se había prestado voluntario a partir de que le preguntamos cómo podríamos hacer. Hasta las cuatro volvimos hacia el hotel callejeando despacio. Llegamos nuevamente a la Plaza de San Francisco, bastante concurrida a esa hora (entre las dos y las tres de la tarde). Nos dedicamos a mirar y fotografiar. Un grupo de hombres, en el centro de la parte alta de la plaza, se arremolinaba en torno a una vendedora ambulante que, armada de un potente micrófono, ofrecía todo tipo de remedios, propios de la mediana edad, para hombres: próstata, potencia sexual (supongo que viagra) y algunas cosas más que no recuerdo. De cualquier forma, su comercio tenía unos matices mórbidos que despertaban la curiosidad de hombres de todas las edades. Fotografié. Volvimos a atravesar el barrio del mercado de Las Brujas…
COROLARIO: La diferencia sustancial entre Sánchez-Ostiz y nosotros, entre otras, es que él ha permanecido, intermitentemente a lo largo de los años, un año y medio en La Paz (según él mismo cuenta) y, nosotros, tan solo dos días. Lastimosamente, solo somos aplicados turistas, en el mejor de los casos.
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Capítulo tres: La Paz, (Bolivia) siete de febrero, jueves
XIII.
“…sepulturas coloristas o descalabradas, cerradas con ventanas de marco de aluminio y vidrio no siempre roto de una pedrada, luciendo jarroncitos, flores de plástico, dijes, cositas e imágenes de yeso martirizadas por la intemperie…” Miguel Sánchez-Ostiz
Después de fotografiar en La Llamita, a mediodía, volvimos al centro de la ciudad. Lo hicimos en un taxi colectivo. Llevábamos viendo desde que llegamos esos medios de transporte, pero nunca los habíamos utilizado. Me sorprendió el sentido práctico de esos servicios: en la luna delantera llevan rotulados el nombre de las zonas o barrios por las que pasarán. El precio es fijo y muy barato, hagas el trayecto que hagas. Los coges parándolos y te bajas cuando has llegado al punto que más te interese, sin tener que supeditarte a paradas u horarios. Gran invento, eficaz y económico. Carlos, hombre sociable y animoso, aprovechaba cualquier circunstancia para entablar conversación con la gente. En el taxi colectivo se sentó delante de nosotros, al lado de una señora con indumentaria chola, e inmediatamente después conversaba animadamente con ella…
COROLARIO: Hasta ese momento, mediodía, la mañana había resultado espléndida, salvo por el disgustazo de la avería mecánica de la vieja cámara grande. No habíamos tenido ni un solo minuto de desgana o espera, todo lo contrario; habíamos fotografiado y disfrutado de todo lo que habíamos visto.