Cuando la piedra se hace transparente o, más bien, cuando la transparencia se hace piedra, todos los sueños de la tierra nos abren sus páginas…” Edmond Jabes
PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo dos: Lago Titicaca, Copacabana (Bolivia),
cinco de febrero, martes
IV
“Con esta orden y mandato puso el Sol estos dos hijos suyos en la laguna Titicaca, que está ochenta leguas desde Cuzco; y les dijo que fuesen por donde quisiesen, y dondequiera que parasen a comer o dormir, procurasen hincar en el suelo una barilla de oro, de media vara de largo y dos dedos de grueso, que les dio para señal y muestra. La primera parada en este valle que hicieron fue en un cerro llamado Huanacauti, al mediodía del Cuzco. Allí procuró El Inca hincar en la tierra la barra de oro, la cual con mucha facilidad se hundió al primer golpe, y no la vieron más. Entonces dijo el Inca a su hermana y mujer: En este valle manda nuestro padre el Sol que paremos y hagamos nuestro asiento y morada. Por tanto, reina y hermana, conviene que, cada uno por su parte, vayamos a convocar y atraer la gente para doctrinar y hacer el bien que nuestro padre el Sol nos manda.” Leyenda de la fundación del Imperio Inca. El Inca Garcilaso de la Vega
De vez en cuando paraba, colocaba el trípode y fotografiaba, al lago, a las piedras, a los restos de construcciones mágicas que alumbraron una civilización, según Reinaldo; hasta que se me acabó la película y la luz. Contemplamos los últimos rayos de sol que se ocultaban sobre el lago. Bajamos el sendero que nos devolvía al pueblo. Por el camino, Reinaldo, nos fue contando la historia de su familia, habitantes de la isla desde tiempo inmemorial. Continuamente se refería a su abuelo, muy importante en su vida, que a mediados del siglo pasado fue un líder de la isla, luchando valientemente para conseguir una escuela y derechos mínimos de atención social. Llegó a estar en la cárcel por la lucha que mantuvo. Murió con más de noventa años. Se refería a él como un hombre sabio que le había influido mucho y le había inculcado valores y amor por su comunidad y su historia, que se iba manteniendo viva por transmisión oral. No obstante, Reinaldo, había coescrito ya dos libros sobre la historia y tradiciones de la isla, según nos contó…
COROLARIO: Poco antes de llegar al pueblo encontramos el pañuelo de Naty. Alguien lo había depositado cuidadosamente en el muro de piedra que bordeaba el sendero. Como dijo Reinaldo, nada se perdía en la Isla.
PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo dos: Lago Titicaca, Copacabana (Bolivia),
cinco de febrero, martes
IV
“La piedra es, sin duda, la menos elocuente, pero por supuesto la más identificable de las formas de la eternidad…Sobre ellas se izan nuestros edificios, estallan nuestras tormentas…
Cuando la piedra se hace transparente o, más bien, cuando la transparencia se hace piedra, todos los sueños de la tierra nos abren sus páginas…” Edmond Jabes
Desde el poblado partía un sendero que iba ascendiendo abruptamente hacia unas alturas limítrofes que, si bien no eran muy elevadas, dado que nos encontrábamos muy cerca de los cuatro mil metros de altura hacía que la respiración fuera entrecortándose. Naty, que venía detrás, perdió el fular de alpaca que había comprado en una tienda de artesanía. Solo pudo ser en el sendero por el que ascendíamos. Reinaldo nos dijo que no nos preocupáramos, que en la isla no se perdía nada. Incrédulamente me permití la estupidez de dudarlo, aunque no dije nada. Avanzábamos, primero Reinaldo explicándonos la historia del lugar; o tal vez solo fueran leyendas que él, con su entusiasmo, dotaba de una verosimilitud absolutamente posible y creíble. Para nosotros, lo verdaderamente importante es que estábamos allí, nada menos que en la isla del Sol, frente a la isla de la Luna, y que gozábamos de un momento único. Me sentía enardecido y conseguía subir los empinados tramos de cuesta a buen paso, a pesar de ir considerablemente cargado, eso sí respirando como si fuera mi último aliento. El esfuerzo, en algunos momentos, me provocaba un cierto mareo…
COROLARIO: La tarde era resplandeciente, luminosa, a pesar de que el cielo estaba preñado de nubes. El sol siempre encontraba el modo de filtrarse entre ellas. No en vano estábamos en la casa del Sol, el padre del pueblo Inca. Quizá, pienso ahora, la extraordinaria energía que sentí allí pudo tener que ver con su influjo. Seguramente no, pero me gusta pensar que pudiera ser así.
PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo cinco: Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa (Bolivia),
diez de febrero, lunes
IX
“Permanezco cuanto puedo en la postura de el que se abandona por completo al azar; tomo todas las cosas por el lado negativo, lo cual me inclina a soportarlas dulce y pacientemente”. Montaigne
Llegamos a la Laguna. Alberto paró el coche y Naty y yo nos alejamos un poco para fotografiar. Cuando volvimos el coche no arrancaba y Alberto se esforzaba en quitar y poner fusibles (no daba con la causa y solución de la avería). Intentábamos ayudarle pero a lo único que llegábamos es a entender que el cableado del sistema eléctrico se había estropeado; a partir de ahí nada más podíamos hacer. Pasó una hora y seguíamos igual o peor. El problema no solo era el jodido coche, sino que estábamos en medio de la nada sin señal de móvil. Nos encontrábamos a varias decenas o centenas de kilómetros de donde nos pudieran ayudar. Empecé a temerme, no solo que nos perdiéramos las visitas y fotos del día, sino, también, que la vuelta a Uyuni fuera incierta y desde luego tardía. Alberto decidió ir a un punto de control de la Laguna Colorada (el que se ve a lo lejos en la fotografía) que habíamos dejado atrás, a unos dos o tres kilómetros, para ver si por radio o cualquier otro medio (quizá tuvieran wifi) podía contactar con alguien que nos ayudara (tal vez su agencia), pero claro, estábamos a más de seis horas de que pudiera llegar un coche a rescatarnos. Menos mal que el día era espléndido, luminoso y con excelente temperatura…
COROLARIO: Nos dedicamos a deambular por el entorno donde habíamos parado y yo, incluso a fotografiar pequeños animales muertos, disecados ya. Preferíamos no pensar en un problema que nosotros nada podíamos hacer para resolver.
PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo cinco: Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa (Bolivia),
diez de febrero, domingo
VII
“La idea de la nada encierra una voluptuosa sensualidad de la misma manera que el desierto, en su exquisita pureza, es una orgía de los sentidos”. Rafael Argullol
Vino Alberto a concretar la hora de salida del día siguiente. Aproveché la pequeña charla de sobremesa para ponerme estupendo y describir las sensaciones del día. Diserté sobre los afortunados y excitantes encuentros y movimientos a lo largo de los trescientos kilómetros por pistas de desierto y montaña, con un entorno y paisajes apasionantes todo el trayecto. Tierras secas, duras, que combinaban las pistas del altiplano con cumbres sin vegetación coronadas de nieve y lagunas suspendidas de nubes. Pero no solo eran los paisajes cambiantes, sino también la luz, su constante movimiento que hacía que cada instante fuera diferente, especial. Después de mi charla pseudo poética quedamos en que al día siguiente saldríamos a continuar la ruta de desiertos y lagunas en torno a las ocho, después de desayunar…
COROLARIO: Las nubes avanzaban en todas direcciones adoptando composiciones distintas y, sus diferentes tonalidades, hacían que en la tierra se reflejaran matices y texturas constantemente mudables. Pasé todo el día asombrado, encantado. Yo también viajé en las nubes.
PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo cinco: Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa (Bolivia),
diez de febrero, domingo
II
“La geografía sirve por de pronto para elaborar una poética de la existencia, para encontrar ocasiones de hacer funcionar el propio cuerpo como una bella máquina sensual, capaz de conocer al ejercer cada uno de los cinco sentidos, solos o combinados, a la manera de la estatua de Condillac haciéndose aroma y perfume en presencia de una rosa”. Michel Onfray
Al primer punto al que llegamos, a iniciativa de Alberto, fue la Laguna Misteriosa. Se trataba de una laguna no muy grande en un entorno de piedra volcánica a la que llegamos a través de un cauce de agua que se bifurcaba en pequeñas y numerosas hebras que teníamos que ir sorteando en una especie de laberinto, siempre buscando la ruta adecuada para no empaparnos los pies. Después de una marcha de media hora en zigzag llegamos a la laguna. En el entorno pastaban rebaños de llamas. Fotografiamos y volvimos. Cuando llegamos al coche propuse a Alberto hacerle un retrato, a lo que accedió de buen grado. Se estaba mostrando encantador y colaborador. Por afición fotográfica se convirtió en mi asistente, transportaba el trípode y lo desplegaba. A veces me pedía mirar por el visor mis encuadres y de vez en cuando pedía a Naty su cámara y la fotografiaba…
COROLARIO: Una vez más me falló el dichoso objetivo (acababa de emplear el disparador de cable) y el retrato de Alberto, a pesar de su interés por posar adecuadamente, no tuvo lugar. Atolondradamente suelo cometer errores que no tienen disculpa posible. En este caso, me centré en obtener el mejor posado olvidándome una vez más de las necesidades mecánicas. No sé si necesito un ayudante porque soy un gran artista que no puede estar pendiente de cuestiones utilitarias o, simplemente, un inepto sin redención posible.