"La vasta y vaga y necesaria muerte". Jorge Luis Borges
…No, no estoy defendiendo una muestra de los forzudos del pueblo, sencillamente porque sería una desoladora muestra casposa y provinciana, pero sí que el asunto merece una reflexión, al menos en mi caso y vaya por delante que no tengo ningún interés en contribuir en nada que tenga que ver con esta señora tan oscura y cadavérica. No obstante, no soy tan imbécil como para no saber de mi inconmensurable vanidad y necesidad de reconocimiento por lo que, si los jefes de todo eso me hubieran llamado (ni siquiera saben que existo, luego es un imposible) me habrían llevado, sin duda, a sentirme muy feliz. Es la naturaleza humana, a la que no soy ajeno, por supuesto. Pero no, tampoco me duele que sean así las cosas. Como decía al principio de este escrito, solo quiero hacer una reflexión en la que me tendrán que acompañar algunos de los interesantes fotógrafos, conocidos y amigos, que han aparecido en este diario en ocasiones y que han trabajado mucho la ciudad, y es la siguiente: si llevamos años y años fotografiando aquí, si hemos empleado miles de horas en el empeño, si hemos reflexionado y buscado las mejores opciones, si la ciudad nos ha hecho sufrir y disfrutar con una cámara en el fondo del iris, del alma; si nos hemos acercado de noche y de día, con calor y frío, con agua, nieve, nubes, aire y sobre todo con sueños; cómo es posible que después de todo eso, llegue un tipo americano (lo digo por la lejanía cultural) y en una solo día consiga lo que nosotros, obviamente, no debemos haber conseguido en décadas. Si pudiera hacerse una comparativa objetiva de inteligencia y talento fotográfico (tipo simple regla de tres), mis amigos y conocidos y yo, estaríamos a una distancia semejante a la que pueda haber entre la «protobacteria» y el fotógrafo-artista americano y muy evolucionado (la protobacteria soy yo, mis amigos seguramente no, naturalmente). Pues qué bien, qué bonito todo…
…También el once, martes. Como vengo contando, llevo dos semanas consecutivas dándome una vuelta por la ciudad, los martes por la mañana. Y no, no pasa nada en ella, al menos que yo pueda percibir o entender. Ahora se está celebrando el cuarto centenario de El Greco, hay exposiciones y cosas así, creo. Me parece que por el hecho de que son de aquí, apenas si me interesarán (aunque sí El Greco, mucho). Creo que incurro en un prejuicio tonto, primario y estúpido. Bueno y qué. Me lo puedo permitir. Me he enterado que, en un gran espacio expositivo, una especie de centro cultural o algo parecido, se celebra una exposición de fotógrafos importantes en el mundo, entre ellos uno que me interesa bastante: Philip-Lorca diCorcia. Quizá me acerque a ver el evento, pero solo por ver lo que él ha visto en esta ciudad y yo (seguramente) no. Al parecer, la toma la hizo en una mañana y antes, nunca, que yo haya sabido, la había visitado. Llegó corriendo y se fue corriendo, el hecho solo merecía la prisa (hizo bien, de aquí hay que largarse cagando leches). El resto de los «artistas fotógrafos», algo parecido. Hay otros que llevan toda la vida peleándose a brazo partido con la ciudad, intentando sacar algo de ella; no, no pienso en mí, porque, como tengo dicho, la ciudad se me ha resistido siempre pero, cuidado, si alguien me facilitara el acceso a determinados sitios y con algunas cosas que ya tengo, conseguiría revelar algo de su alma, y sería potente y digno, seguro que sí. Es reveladora la idiocia de los organizadores escaparatistas, los curadores, comisarios o como quiera que se llamen, al no incluir a ningún fotógrafo de la ciudad, y a lo largo de la historia ha habido algunos, muy pocos, bien es verdad, pero dignos de consideración. Ya lo creo…
…Vamos a ver, cualquiera que lea estos días de diario podría pensar que soy un resentido (algo sí), pero no es eso exactamente. Lo que quiero decir es que conseguir algo del espíritu de un lugar requiere mucha capacidad de observación, voluntad, esfuerzo, pasión, tiempo y lucidez, talento en definitiva; y es altamente improbable que alguien, en unas horas, consiga una partícula del espíritu de ese, para él, remoto sitio. El Greco lo consiguió, sin duda; es más, creo que no fue tanto cosa de él, sino al revés, fue la ciudad la que le abdujo. Pero claro, esa transubstanciación sucedió lentamente, nada menos que a lo largo de treinta y siete años. Bien es verdad que la fotografía, por sus especiales características de instantaneidad, en combustión con un artífice de gran talento, puede conseguir imágenes penetrantes y lúcidas, sobre una determinada realidad, «ipso facto». Por otro lado, si alguien con talento se enfrenta por primera vez a un espacio o una «temática» puede aportar frescura y espontaneidad y obtener imágenes geniales. Eso es lo que han debido pensar los jefes del cuarto centenario Greco trayendo a esos «artistas» mundiales de la fotografía. No sé, lo que sí sé es que si pasas mucho tiempo en un sitio te «encasquillas», embarrancas en lo sabido. Quizá mejor, llegar, ver y vencer, como «el pistolero más rápido al oeste del río Pecos» (diCorcia, por ejemplo). Luego toda esta montaña de argumentos que he ido pergeñando en estos últimos días puede que solo sean una voluminosa e inmensa tontería.
PS. Me comprometo solemnemente a hablar de la muestra de los fotógrafos exprés de homenaje a El Greco cuando la vea.
…La clave no son las circunstancias, sino lo que se es o se tiene. El talento, la inteligencia y el valor, son los atributos que marcan la diferencia. Da igual a lo que uno se pueda dedicar; la grandeza y la intensidad vendrán solas. Nací sin inteligencia suficiente; el talento ni siquiera atisbarlo, aunque a veces lo reconozco cuando me tropiezo con él, (ahora, por ejemplo, mientras escribo estas líneas, escucho el poema sinfónico: –muerte y transfiguración– de Richard Strauss, compuesto con sólo veinticinco años, en el que presagió cómo serían las sensaciones de muerte que, mucho después, sintió poco antes de morir; eso es talento). Al valor, quizá, sea lo único a lo que se pueda acceder sin facultades previas, porque tiene conexiones con la voluntad y la experiencia, y esa, en demasiadas ocasiones, sucede queramos o no. Precisamente por eso, sobre esa virtud, prefiero no pensar ahora. Por hoy, me quedo con lo que escribe Wislawa Szymborska, nuevo descubrimiento para mi lista de autores preferidos, y que me consuela un poco al descubrirme mi única y quizá dudosa condición poética: «El poeta, si es poeta de verdad, siempre tiene que repetirse: no sé».
