Salieron muy de madrugada, dispuestos a dejarse ver entre el estruendo y la costumbre…
La gente sale en masa y recorren las calles con túnicas y tambores que aporrean durante horas, siguiendo a cristos de madera crucificados. Parecen muy involucrados y entusiasmados con lo que se traen entre manos, y adoptan gestos y posiciones de gran apasionamiento que a mí me gusta fotografiar, aunque me canse y asuste un poco su ferocidad. Otras gentes se paran en las aceras a verlos pasar: la historia que sucederá está servida.
«Siempre conservo la esperanza de conseguir hacer un cuadro con gran número de figuras sin una historia».Francis Bacon
En esta fotografía hay más de una historia (creo). La que sucede en primer plano transmite una vitalidad tranquila y risueña. No supe el vínculo social, familiar o emocional de las tres personas que sonríen pero hay algo en ellas que me gusta. El hombre parece haber dicho algo ocurrente o amable y hace reír a las dos mujeres. Me gusta mucho ver reír a las mujeres y si su risa la comparten conmigo, mucho más, y si además se ríen de algo que yo haya podido decir la satisfacción es inmensa y completa. Creo que el mayor placer para los hombres que gustan de las mujeres es compartir risas con ellas (al menos es así para mí). En segundo plano, un hombre que creo se ha percatado de que estoy fotografiándoles y me mira, pero no parece irritado con la situación. Obviamente, tampoco supe nada de él. Su cuerpo y su actitud me inquietan; no puedo dejar de mirarle. Hay algo extraño en él que enseguida asocio a un personaje secundario de película de serie B de los años 40 ó 50, ese personaje malvado y oscuro que siempre termina traicionando a alguien (tipo Peter Lorre), y no a un tranquilo hombre de vida perfectamente corriente que ha salido a dar una vuelta y a mirar lo que ocurre en la calle.
Un hombre anónimo de rasgos rotundos: cabeza grande, frente amplia, barbilla firme y prominente y sonrisa franca. No parece acosado por las dudas y las sombras y muy probablemente es sociable y amigo de sus amigos. Es un hombre anónimo y sano que habitará para siempre en mi archivo, porque me gusta mucho la fotografía que le hice a pesar de no conocerle y de que será un hombre anónimo para mí hasta el final de los tiempos. Me apropié de su imagen sin que nos diéramos cuenta ninguno de los dos. Es un anónimo hombre de Cuenca al que yo no volveré a ver nunca, salvo en esta fotografía que me permite establecer una relación amigable con él, sin las interferencias de la incomprensión y el cansancio.
Toda persona anónima es perfecta. Antonio Porchia
Me encuentro en plena fase de añadir valores cromáticos, o más bien
monocromáticos, a las copias fotográficas que he positivado en estos
últimos tres meses y medio. He virado al Selenio, al Sulfuro y al Cloruro de Oro. Los matices de color obtenidos son diversos aunque dentro de un mismo registro tonal, salvo el rojizo conseguido con el Sulfuro más Cloruro de Oro. El trabajo resulta mecánico y pesado, aunque requiere cierta atención y cuidado en los procesos. En los momentos de cansancio me pregunto: ¿para qué me tomo tantas molestias? No me respondo. Continúo introduciendo copias en soluciones químicas y confiando en que pueda terminar antes de cansarme del todo. La razón de la permanente porfía por realizar copias en papel fotográfico mediante el sistema «antiguo», o también llamado «tradicional», es decir en soportes de fibra o baritados mediante un proceso físico-químico, debe radicar en una fe ciega (todas lo son) en la importancia de ver y palpar la fotografía. Es decir, ver para creer, para así no vivir con la incómoda (para algunos todo lo contrario), incertidumbre de la virtualidad tecnológica…
DIGRESIÓN CUATRO. Cronología de las bestias, de Lautaro Perotti. Teatro Español (7 de abril). Dirección: Lautaro Perotti. Intérpretes: Carmen Machi, Pilar Castro, Santi Marín, Patrick Criado y Jorge Kent. Perotti nos presenta la obra bajo el planteamiento de una indagación sobre la mentira, o más bien la automentira. Interesante propósito, sin duda. Todos nos mentimos un poco, o tal vez mucho, dependiendo del menú vital que tengamos para el día o para la vida. También pretende conjugar la desesperación y el vacío de unas vidas desajustadas e intenta saber hasta dónde pueden llegar a ser las cosas para no morir en el intento de vivir. También eso era prometedor. Por eso fuimos. Pero, enseguida, la obra comenzó a levantar sospechas de artificio (otra vez la mentira), o, más bien, de que lo que nos contaban carecía de inventiva y enjundia dramática para representar nada menos que el autoengaño. Y no fue porque los actores no se esforzaran, que lo hicieron, y bien, especialmente Machi que estuvo espléndida, y también Pilar Castro, sino porque, una vez que la obra se acercó al desenlace y finalmente terminó te dices: -ah vale, pues que bien-, y a continuación la olvidas. A mí, al menos, me resultó imposible sentirme aludido por lo que me contaron. Por si fueran pocos los aspectos fallidos, la escenografía era innecesariamente abigarrada y tampoco fui capaz de entender el simbolismo de la profusión de árboles secos al fondo. Un ruidoso y constante abrir y cerrar de puertas solo añadieron confusión y ruido y, por si fuera poco, el vestuario era, sencillamente, lamentable. Todo resultó un tanto falso, luego, de algún modo, Perotti logró autoengañarse creyéndose su Cronología de las bestias y, de paso, engañarnos a los demás, aunque conmigo no lo consiguiera. No obstante, la materia existencial con la que construye su representación es valiosa porque todos, a fin de cuentas, actuamos como él mismo dice: “…personas que construyeron su identidad a partir del engaño y dependen desesperadamente de él, para sostener su existencia”.