"Con la fotografía estoy solo. Es un trabajo solitario, para mí, una bendición” Wim Wenders
La duda es una cosa excelente; pero cuando se duda de algo, hay que saber expresar por qué; de lo contrario, se cae en la estupidez. Remy de Gourmont
En aquel tiempo mi vida se encontraba atascada, en una encrucijada sin salida, a saber: un trabajo que el azar me había endosado y que tenía muy poco que ver conmigo, o sí, porque nunca conseguí quitármelo de encima hasta que me dijeron que ya estaba bien y que me largara (menos mal); una buena relación de pareja que llegó prematuramente, luego estaba condenada a terminar enseguida y un hijo que afortunadamente vino pronto y a tiempo (aunque en aquel momento no sabía hasta que punto). Los hijos, si han de tenerse, es mejor que sea cuanto antes, así los sientes más cerca y te crees joven durante más tiempo (idea aparentemente paradójica, pero cierta, al menos en mi caso). En un terreno más subjetivo, un impulso «creativo» también abocado a no encontrar cauce de desarrollo (eso sí que lo sabía) y, por si fuera poco, una tendencia al pesimismo impregnado de miedo, inseguridad, cobardía, escaso sentido del humor y con un toque de orgullo paralizante. Fotográficamente no se me ocurría nada que hacer y no lo hacía y, para colmo del malestar, hacía calor, mucho calor. Así que, sin otro remedio, a la caída de la tarde, me iba a un descampado, solo, y allí desplegaba mi circo, activaba el temporizador de la cámara y me dedicaba a dar saltos circenses como éste. Luego, casi de noche, recogía mis cachivaches terapéuticos y volvía a mi casa, hasta el día siguiente. Es curioso, no hace mucho, conocí la obra de un maravilloso fotógrafo japonés, Shoji Ueda, que, treinta años antes que yo, hacía lo mismo, también en un descampado, pero quizá por motivos diferentes: él no sé, probablemente porque le divertía, y yo porque estaba deprimido y tenía calor.
Sigo ocupando todo mi tiempo en la preparación de la nueva web (estamos acabando). El problema estriba en tener un carácter obsesivo (y habilidades limitadas, quizá). A partir de esa circunstancia adversa, desde luego no me queda tiempo para pensar en otra cosa. Podría suspender el diario un rato (unos días o un par de meses, por ejemplo), pero no me gusta la idea de romper el hilo de esta historia que espero no termine nunca; significará que yo tampoco. Esa ilusión (lo de durar siempre), me provoca una sonrisa incrédula y gozosa.
Dudo mucho, siempre lo he hecho, aunque esta es una cuestión de la que no estoy seguro (otra vez la duda). A lo mejor los que me conocen piensan que no es así (porque procuro disimular) y no sé por qué (la duda, otra vez). En estos últimos días, estoy en un estado de malestar continuo: me estoy esforzando en colocar mis fotografías en series «temáticas» para la nueva web, y dudo con cada una de ellas y encima ni siquiera me planteo argumentar mis dudas, luego debo estar al borde la estupidez (lo decía ayer Remy de Gourmont)
DIGRESIÓN CUATRO: La identidad. Milan Kundera (1997) «…nuestra única libertad consiste en elegir entre la amargura o el placer. Al ser la insignificancia nuestro destino, no debemos llevarla como una tara, sino saber disfrutar de ella». En eso estoy yo, asumiendo la insignificancia, desde siempre, e intentando disfrutar de ella; pero me temo, que nunca se consigue hasta que quizá se cierna sobre uno la lápida que sellará el cuerpo y la vida para el resto de los tiempos. Sí, me gusta y no me gusta Kundera, y no me gusta porque en la mayoría de sus historias, aparentemente, no pasa nada. Hay que avanzar por el camino que nos propone cadenciosamente, por conocido ya; pero, de pronto, sorpresivamente, aparece una gema de oro puro y luego otra y otra un poco más adelante y entonces todo se ilumina y se entiende; sí, y es en esos momentos cuando me gusta, mucho. Así es Kundera para mí. En el caso de la novela que he terminado ayer, los personajes avanzan en la niebla del reconocimiento mutuo, del amor y del desamor, de la identidad y el anonimato y entonces llegan al territorio de los sueños y los tiempos existenciales se confunden hasta el paroxismo y lo imposible. «…Por eso no le gustan los sueños: imponen una inaceptable igualdad entre las distintas épocas de una misma vida, una contemporaneidad niveladora de todo cuanto el hombre ha vivido; no tienen en cuenta el presente, negándole su posición de privilegio.» Ah, y además, en ésta, como en todas, sus sempiternos temas capitales y recurrentes y lúcidos: el amor, el tiempo, el carácter, el peso de la vida, y, por contraste, la levedad, la vejez, la muerte…lo importante: «…pensaba en la amorosa soledad de los viejos seres que han pasado a ser invisibles para los demás: triste soledad que anuncia la muerte.»
LA VIDA INMEDIATA XV. El Sexagenario, –o la aversión a la decrepitud-
«Hoy,
que es el día de mi cumpleaños
me odio más que nunca,
más que a nadie.
Odio mis jodidos cincuenta años
me odio con toda mi alma
por viejo, por feo y por tonto.
Odio estas arrugas traidoras
este corazón amargo, esta nostalgia insuperable.
Odio mi desilusión, mi pensamiento y mi rutina,
mi lamentable aspecto
de hombre blanco cincuentón…»
Tema incluido en el disco de Mansilla y Los Espías «Literatura de Baile»