Ciudades: bosques de símbolos…
10:45 a.m. Esta copia es parecida a la anterior pero hay que reducir considerablemente el tiempo de exposición; aún así me paso, tengo que repetir y me sigo pasando, solo que muy poco, casi no se nota (lo digo para convencerme). Hago 2 copias rectificando. No lleva ningún tipo de reserva. Son las 11:30 y a estas alturas no hago ni puñetero caso a la música. Reparo en una fotografía de mi madre de 1992. La tengo al lado de la ampliadora, me está mirando tranquila y satisfecha. Hoy hace 11 años, se estaba muriendo en un hospital; yo estaba a su lado muy entristecido. Cambio de emisora y suena Bob Marley; bien. De pronto cambian a Hip Hop (no lo soporto), por lo que pongo un CD con la 7ª de Mahler, Canción de la noche, mucho más apropiada para el asunto que tengo entre manos.
9:30 a.m. Me asomo a la calle y siento un aire frío muy desagradable. En la radio suena un monográfico de música inspirada en las catedrales. Mi ánimo se mueve entre una veladura de tristeza que no llega a nivel 3: tormenta psicológica, lo que me permite seguir trabajando. Me animo cuando pienso que acabo de positivar felizmente una de mis mejores fotografías de este año (la de ayer). Coloco en el portanegativos esta otra, realizada en la plaza Postdamer de Berlín. Copia fallida: altas luces desesperadamente sobrexpuestas. Suena La catedral sumergida de Debussy; espléndida. Pruebo nuevamente a resolver el problema de las altas luces y Debussy termina. Comienza una composición para instrumentos de viento de E. Elgar; aumento sensiblemente la exposición de altas luces. Termina Elgar y yo la segunda copia fallida. Me estoy enfadando, sobre todo porque la copia no responde a la lógica esperada. Pruebo por tercera vez, estoy trabajando con un intervalo de 2 a 9, con pasos intermedios y eso a veces complica mucho las cosas. Comienza a sonar La catedral de Toledo de Claudio Prieto, obra de 1974 (mira tú por dónde); pero me trae suerte. Este es el resultado.
DIGRESIÓN UNA (2): La felicidad y el suicidio. Luis Antonio de Villena, (2013). Ebook. …Como dije ayer, la primera parte del ensayo poético (a de Villena, hasta los ensayos le salen poéticos), está centrada en La Felicidad, observada desde diversos ángulos (estoicos, hedonistas, románticos, existencialistas) pero, sobre todo, en gentes que se han situado ante el hecho y dificultad de vivir con lucidez y buen sentido. Al fin y al cabo, vivir felizmente, es una redundancia, porque si no te gusta sufrir (otro modo de ser feliz) siempre puedes suicidarte, y en paz. En esta parte reflexiona, por un lado, sobre la línea divisoria entre lo que podríamos asimilar a la felicidad de los estoicos, siempre sensibles al gozo pero en permanente diálogo con el control «… En una vida saludable debe existir el equilibrio entre actividades diferentes, y ninguna de ellas debe acelerarse hasta el punto de impedir el desarrollo de las demás». Bertrand Russell; y, por otro lado, sobre el deseo e insaciable necesidad de alcanzar el placer, aunque esa pulsión pueda llevar a territorios más arriesgados «La que -como Lord Byron quiso- desdeña y maldice la medianía, en el sentido burgués. La felicidad que nos eleva, nunca la que nos acomoda«. Luis Antonio de Villena; o, como dijo Óscar Wilde, genial transgresor «¿La felicidad? No, nada de felicidad. El placer, ante todo. Hay que preferir siempre lo más trágico». De Villena, vitalista como es, habla de una felicidad que se aleja del puro conformismo burgués y doctrinario, aunque su vastísima educación, cultura y refinado esteticismo le impide decantarse por ningún burdo subrayado. Esta primera parte discurre fluida y creativa en la articulación de sus argumentaciones. Una escritura por la que se transita en volandas, como en un suspiro pleno de aguda sutileza…
…Las gentes de Estambul no nos hicieron mucho caso. Nosotros a ellos tampoco. Sólo se dirigían a nosotros cuando nos aproximábamos a las zonas de consumo: mercados, restaurantes, puestos callejeros y sitios parecidos. En cualquier otro lugar pasábamos completamente desapercibidos. Los viajero-turistas (o con propósitos) sin embargo, sí se hacían notar; caminaban y miraban y miraban y caminaban. Ah, y no paraban de fotografiar como locos, compulsivamente, las cosas y las vistas más insospechadas. Eran incansables…
NUEVAS LECTURAS: acabo de empezar Serotonina, de Michel Houellebecq. Es uno de mis autores de cabecera (son aquellos que leo nada más publicar su última obra). Luego la tarde del lunes catorce de enero, cuando comencé, me resultó tremendamente gozosa. Todavía no puedo hacerme una idea de dónde me llevará esta obra pero ahora, día quince por la mañana, estoy encantado y esperando que llegue la tarde, momento del día para la lectura. Detecto las constantes vitales de sus protagonistas como muy cercanas a mi manera de percibir el hecho de vivir. Comienza con la descripción del fármaco que se ocupa de estimular la función neurotransmisora de la Serotonina: “Es un comprimido pequeño, blanco, ovalado, divisible” y, poco después, cuenta el disgusto que le produce su nombre, Florent-Claude, además de otras muchas cosas. No puedo evitar (ni falta que hace), colocarme siempre al lado de los personajes creados por Houellebecq. Puedo tener más o menos sintonía con las extravagantes cosas que suelen hacer, pero tienen toda mi simpatía. Desde el primer momento que comienzan a relatar su experiencia ya me siento amigo de ellos. Me gustaría acompañarlos en sus cosas y en su mundo. No sé si lo que acabo de decir es serio y digno de respeto intelectual, pero eso me da igual, porque lo que me proporciona este autor es placer literario y conformidad existencial y, a fin de cuentas, todo lo demás carece de importancia.