Chicago, la mejor ciudad del mundo…acabo de oírlo en un blues, y me lo creo…
EL ATURDIMIENTO PROPIO DEL HECHO DE TENER COSAS QUE HACER II (desde hace casi tres meses). Por si todo lo que dije ayer fuera poco, además, estoy colgando nuevas fotografías y cambiando la colocación de otras que ya estaban por toda la casa (mías). Esta ingente tarea supone enmarcar muchas, acordarme de que existen, de que en algún remoto momento las positivé; el hecho de traerlas a la luz de la casa supone reconocerlas. Y apreciarlas. Probablemente ya se quedarán ahí indefinidamente, mirando mi vida doméstica hasta el final, porque nunca volveré a tomarme tantas molestias. Llega un momento que intuyes que todo lo más o menos significativo que haces es la última vez que lo afrontas, y eso es un alivio…
BORJA y su familia: el reciente y breve viaje a Chicago, apenas si ha dado para más que para contemplar a Lucía Mae, compartir buenos momentos con Gabriel y Jackie, leer a Paul Auster y el enfriamiento de las cámaras; es suficiente. No obstante, al aterrizar en Madrid, me detuve un momento a observar a Borja y su familia (eran vecinos de asiento en el vuelo de Londres a Madrid). Bueno, más exactamente, fue cuando cerré el libro y me levanté para salir del avión. Primero, me llamó la atención la madre: era una señora alta, delgada, de mediana edad, todavía con un cierto atractivo. Me la imaginé maquillada, con un vestido ceñido, ligeramente corto y sonriendo, sobre todo sonriendo (a una mujer así podría poner todo de mi parte para intentar seducirla, dependiendo de las circunstancias, claro); pero no, su rostro no resultaba estimulante porque transpiraba un aburrimiento abismal. Dos adolescentes adormilados permanecían sentados (uno de ellos era Borja); por qué lo sé, pues muy sencillo, porque su padre (supongo) le dijo con una voz cargada de desprecio ¡qué tonto eres Borja! El chico siguió adormilado; evidentemente le daba igual lo que dijera el tipejo que parecía su padre (si mi padre me hubiera dicho algo así y en ese tono, tendría que habérselas visto conmigo). ¿Cómo era el supuesto padre de Borja? Un hombre de aspecto ridículamente aburguesado: bajito, con una tripita abultada y un bigotito irrisorio (me lo imaginaba de puntillas intentando alcanzar a besar a su esbelta y triste señora), en fin un desastre; pero un desastre estúpido y engreído (él). Hoy coloco esta fotografía, realizada en la orilla del lago Michigan, infinitamente más bella que la familia de Borja, porque, obviamente, de ellos no tengo.
Si hay un elemento, eventualidad, circunstancia o fenómeno, con capacidad para determinar la percepción de la «realidad» física, de la materia constatable y verificable con la mirada y el tacto, es la luz. Y, quizá especialmente, la presencia de las sombras, también determinada por ella. Siempre son ellas las que revelan y ocultan, y por lo tanto dicen. Después de esta improvisación, tan académica por cierto, que el «fotógrafo» denigra sin dudarlo un instante (lo entiendo, es sabida y por lo tanto aburrida), me pregunto qué puedo decir de una serie llamada:-Sombras en las ciudades-. La presencia de sombras en una fotografía convoca a la poesía y al misterio. A la expresión dramatizada y al lado oscuro de la supuesta realidad, siempre tan cuestionada por el «arte». Nada más sugestivo y fuertemente expresivo que una sombra perfecta y necesaria. Un mismo sitio puede tener tantas interpretaciones como quieran o digan las sombras que sobre él se ciernan. El fotógrafo lee lo que he escrito, levanta la vista y me mira con suficiencia irónica, y lo que es peor, sombríamente. Me da igual. Tampoco él ha estado nada creativo con el título; es una simpleza. Por añadir algún matiz que enriquezca un poco mi escrito me acuerdo de un tal Sánchez Cámara (nombre nada artístico, por cierto), que escribe sobre arte, y que unas veces me gusta y otras no. Dice: «Todo arte genuino es metafísico, espiritual. Reflejar o duplicar el mundo no es tarea del artista». Declaración tremendamente equívoca y peligrosa para la fotografía «naturalista», como casi toda la que realiza nuestro «fotógrafo». La cita es casi una declaración de guerra. La utilización de -juegos de sombras-, es uno de los recursos con los que este tipo de fotógrafos pueden intentar reinterpretar las lecturas «duplicadas» del mundo. Si tienen talento, claro. Busco una mirada comprensiva del «fotógrafo» por la mediocridad de mi presentación y le pido que no dramatice porque, inevitablemente, todo esfuerzo por saber verdaderamente es inútil. «El autor perdona porque se esfuerza en comprender y se hace perdonar por lo necesariamente precario que es siempre su acto de comprensión» Francisco Calvo Serraller
(diez horas). «Sí, hay días que lo mejor sería anular el programa y quedarse suspendido en una penumbra vacía y esperar a que la luz se restablezca por si sola.» La frase anterior, aunque no lo parezca, es mía (cuando la he leído me he sorprendido gratamente), la escribí, en el dichoso blog, el veinticinco de enero de dos mil seis y me parece buena. Han pasado dos años y aquí sigo, igual o peor. ¿Qué ha ocurrido en estos dos últimos años? yo que sé; en estos momentos no tengo ni idea. Sólo sé que la frase es perfectamente válida para hoy, que tampoco se me ocurre nada, pero no estoy dispuesto a suspender o cancelar el programa; como mínimo estaré hasta las tres de la tarde a vueltas con todo esto. Luego comeré y después…supongo que volveré a la nueva web, (o no).
Ah, seguimos en Chicago; hemos conocido a Lucía Mae y me parece una pequeña preciosidad. Como todavía no tengo fotografías de ella continuamos con Chicago.