"La esquelética forma se yergue con inesperada energía…". Álvaro Mutis.
BREVE DIARIO (de incierta e intermitente duración) DE UNA PANDEMIA UNIVERSAL CONTEMPORÁNEA VIII
Viernes, veintisiete de marzo, a cualquier hora.
“Claro que lloré por él, por mí, por la incomprensible finitud de la vida: no hemos sido hechos para la muerte”. Antonio Lobo Antunes
No soporto la idea de ser incinerado, que es lo que al parecer hacen con los muertos por la pandemia, al menos en Italia (lo oí el otro día en el telediario).
Yo lo que quiero es pudrirme despacio, que el cuerpo vaya mutando lentamente en esqueleto de larguísima duración, mil años, como mínimo. Sí, que por lo menos dure mil años. No hay mayor nobleza para el ser que ha existido que ser un esqueleto para la eternidad.
Me desagrada intensamente la idea de convertirme en insignificantes y volátiles cenizas que los vivos esparcirán en una banal y pretenciosa ceremonia para íntimos, de engañoso alcance simbólico y hasta poético. Pura tontuna y cursilería humana. Quienes participaran en esa absurda pérdida de tiempo olvidarían el acto y al muerto un rato después. Intranscendente todo ese banal ceremonial de la nada.
Nada puede mejorar más el paso por la vida de alguien que una soberbia y singular tumba de piedra (si es un panteón, infinitamente mejor). Un monumento que homenajeé la vida del muerto durante siglos. Que trescientos años después, alguien se pueda detener para admirar las piedras carcomidas, intentando adivinar cómo pudo ser la vida del nombre borroso y apenas legible de la lápida. Entiendo perfectamente a quienes se hacen construir bellos monumentos mortuorios, así, la idea de la muerte, se me antoja menos muerte.
PS. Última hora del Coronavirus en mi casa: Algunos días me alejo en coche con Charlie Brown más allá de la frontera determinada por las estrictas normas de reclusión. No entraña ningún riesgo ni para mí ni para nadie porque, a dos kilómetros de nuestra casa, tomamos una desviación hacia el campo, hasta el inicio de un camino, en un entorno solitario. Ahí dejamos el coche y caminamos tres kilómetros de ida y tres de vuelta. Nunca nos cruzamos ni vemos a nadie. Supongo que si nos interceptan nos darán problemas, porque sí, porque en las normas no caben excepciones razonables y ni siquiera justificadas. Pero, como estoy convencido de la inocuidad de nuestra supuesta transgresión, lo seguiré haciendo mientras pueda. Nos viene bien, tanto a Charlie, que corre entre las hierbas, como a mí , que hago algo de ejercicio. Luego, a las diez de la mañana, más o menos, al confinamiento diario que no me duele nada.
CASI TODOS LOS LIBROS (últimos)…A propósito de Iris Murdoch, de la que hablé ayer, también he comprado El libro contra la muerte, de Elías Canetti, -En este libro se reúnen por primera vez, ordenados cronológicamente de 1942 a 1994, los apuntes de Canetti sobre la muerte, tanto los publicados como los inéditos, que suman más de una tercera parte- (de la presentación). Claro, como yo también estoy decididamente contra la muerte, no podía dejar pasar esta publicación. He mencionado a Iris porque fue amante de Elías Canetti, a pesar de que ambos estuvieron casados toda la vida son sus respectivos cónyuges. Pero eso no es lo significativo, sino que, al parecer, Canetti no fue precisamente un hombre leal a sus afectos, ni buena persona, como menciona Félix de Azúa en un artículo reciente, ya que escribió inmisericordemente sobre Iris. De él, indirectamente, dijo la propia Iris: «…y a veces un personaje masculino demoníaco y poderoso que impone su voluntad sobre los otros»…
…Nada más entrar en el antiguo y romántico cementerio, llegó una gran limusina con chofer uniformado. Del aparatoso vehículo se bajaron varias ancianas que lentamente se dirigieron a una pequeña y soleada pradera de césped. Allí, se sentaron en bancos y sillas plegables a charlar con parsimonia. De vez en cuando, una se levantaba y daba un corto paseo entre las lápidas, ayudándose de un andador. Estúpidamente, pensé que habían elegido ese acogedor y bello lugar como terapia y aclimatación ante lo que se adivinaba ineludible y cercano. Pude fotografiarlas, pero no quise. Tampoco habría podido: un respeto pudoroso me impedía meterme indiscretamente en su tranquila y agotada intimidad… «Siéntate ya a contemplar la muerte». Antonio Gamoneda.
REFLEXIONES TONTAS (ahora que está a punto de terminar este jodido año). Otra semana que se acaba y ahí seguimos, lejos de terminar. El diagnóstico de la enfermedad fantasmal, también ahí, sin saber nada todavía. Ayer me pusieron una especie de ventosas unidas a un montón de cables en el pecho y una especie de colgante que acogía esos cables. Mientras la enfermera realizaba la tarea de fontanería eléctrica que me hacía parecer una especie de replicante yo me mantenía en posición de firme, muy rígido. No me gustaba nada el asunto, además de la intrusión en mi cuerpo, la puesta en escena me resultaba un penoso síntoma. Ya solo puedo esperar que mi envejecido y entristecido cuerpo me lleve a momentazos así. Menudo plan. Y lo malo era que tenía que volver al día siguiente a que me lo quitaran. Además de en la consulta del Señor Cardiólogo, fuera, llovía intensamente. Entré de día y salí de noche. Oscuro e ininteligible todo…