"El arte es el gran estimulante para vivir". Friedrich Nietzsche
DIGRESIÓN UNA (y 4ª). No sería justo que terminara esta pequeña crónica sin referirme a la puesta en escena. Espléndido Paco Azorín en la escenografía: original, eficaz, plásticamente brillante. Contribuye a dinamizar el relato y a que todo se mueva en escena al ritmo justo y preciso del largo e intenso monólogo del hijo. Y, por supuesto, Fernando Cayo, que compone un personaje intensísimo, repleto de inflexiones y modulaciones, de dramatismo cuando el guión lo requiere y capaz de ofrecernos treguas cuando el aire se enrarecía porque volábamos alto. Y, sobre todo, con la mejor dicción que recuerdo en mucho tiempo. Actor inteligente, de talento, sin duda. La idea que se me quedó titilando cuando bajó el telón fue la importancia de intentar conseguir mejorarnos, de crecer incesantemente, antes de que el ciclo se cierre con la odiosa muerte. El año de nuestro fallecimiento no solo es una fecha crucial en la historia de nuestro paso por el mundo, sino que es la cifra que pone fin a nuestra posibilidad de seguir escribiendo nuestro guión. En ese momento todo se acaba y ya no tenemos opción de mejorar el cuadro de nuestra vida. Historia cerrada para siempre. Hay que darse prisa en hacer todo lo que nos queda por hacer para embellecer nuestras obras. Y retocar todo lo que hasta el momento no ha funcionado bien. Luego, a lo largo de toda la cena, Naty y yo no dejamos de hablar de la obra, con bastante entusiasmo, luego, lo que a priori podría imaginarse como un Réquiem Lacrimosa se convirtió en un Allegro molto. Magnífica obra que agradezco infinitamente haber visto. Quizá Gomá tenga razón y debamos procurar ser “buenos” aunque, por ahora, no termine de creérmelo.
DIGRESIÓN UNA (1ª). Inconsolable. Autor: Javier Gomá. Dirección: Ernesto Caballero. Intérprete: Fernando Cayo. Escenografía: Paco Azorín. Teatro María Guerrero. Sábado veintidós de Julio. No me atraen especialmente los monólogos. Tampoco soy un ferviente admirador de la obra de Gomá, por bienintencionada, ya que ha decidido escribir para ayudarnos a vivir y, aunque eso sea muy loable, a mí no me entusiasman tan apostólicas y titánicas tareas. No obstante, respeto lo poco que conozco de su obra, por lúcida y coherente. El caso es que el veintiuno de julio oí una entrevista en radio a él y a Fernando Cayo (podcast, El ojo crítico), y me dije, mañana, sin falta, te vas a ver la obra (desaparecía del cartel el día siguiente). Eso hice, y me lo agradecí inmensamente. Naty también me lo agradeció. Sigo mañana…
DIGRESIÓN UNA (2ª). Apareció Cayo por la espalda de los espectadores, subió al escenario y nos dio las gracias por estar dispuestos a prestarle nuestra atención. Todo un detalle. Elegante. Enseguida me llamó la atención su precisa dicción, lo bien que decía su parlamento, de largo aliento. Me dije: esto empieza estupendamente ¡¡¡a disfrutar!!! Primero, unas pertinentes consideraciones hacia lo que llamó literatura maleducada, o, dicho de otro modo, toda aquella escritura que solo se ocupa de contar cuestiones personales y solo eso, ejercicios egocéntricos sin mayor transcendencia que el mero regodeo vanidoso y estúpido. Después, el personaje, que parecía el trasunto del propio Gomá, entró en materia para hablar del desconsuelo que siente por la muerte de su padre, desgracia de la que no habían pasado ni cuarenta días…
DIGRESIÓN UNA. Oslo, 31 de Agosto (2011) Noruega. Joachim Trier, dirección y guión (a partir de la novela de Drieu La Rochelle, Fuego fatuo). Intérprete: Anders Danielsen Lie. Recuerdo que, cuando leí esa novela, hace ya muchos años, la reverencie. También la película de Louis Malle (1963). La película de Trier duele, como dolía la de Malle. Nada más empezar, una situación insoportable por incomprensible: el protagonista, ingenuamente, sostiene una gran piedra entre los brazos y se adentra en un lago con ánimo de suicidarse. No lo consigue claro (ese no es el modo adecuado). Sale del agua y a partir de ahí sabes que la historia no te concederá tregua. El ritmo, la luz, los silencios, la atmósfera helada de Oslo (a pesar de ser agosto), todos los precisos e infalibles componentes de la historia se conjugan y encajan en un engranaje fatídico y pleno de inexorable sentido. Pero, aun siendo una película perfecta en conjunto, son dignas de resaltar las composiciones y encuadres y atmosferas que te cortan el aliento. Pero, sobre todo, la interpretación de un brillantísimo Danielsen que transpira inteligencia (tanto el personaje como el actor son brillantes, y una coincidencia más, la mujer a la que espera a lo largo de toda la historia se llama Iselin, como la ex mujer del propio protagonista). Sobrecoge la fuerza y la impenetrable tristeza con la que impregna su personaje. Este actor es capaz de transmitir auténticas simas de tristeza e, instantes después, sin solución de continuidad, una sonrisa luminosa e irresistiblemente seductora. También una potencia de carácter avasalladora. Solo por observar su inmenso talento, un auténtico recital de verosimilitud y sugestión, merece la pena entregarse a la historia con pasión. Es ineludible revivir la intensidad de Fuego fatuo viendo esta película porque ambas, esencialmente, dicen lo mismo «Me suicido porque no me quisisteis, porque no os quise. Me suicido porque nuestras relaciones fueron cobardes, para estrecharlas. Dejaré sobre vosotros una mancha indeleble». Pierre Drieu La Rochelle.
DIGRESIÓN UNA (3ª). Hablaba de la inconsolable e intransferible tristeza por la sensación de orfandad a la que todos nos vemos abocados antes o después. Del significado que supone perder tu referente en el mundo, pues el padre es quien dice sobre ti, quien te sostiene, quien te ancla al hecho de vivir, esté o no cerca de ti, te comprenda o no, le quieras o no. Cuando desaparece, un insondable abismo se abre ante tus pies. Ya nada será igual en tu vida. Gomá, por boca de Fernando Cayo, acierta a describir el misterio del significado del padre, y lo hace con las palabras justas, necesarias para entender el enigma. A medida que la obra avanzaba crecía en intensidad la luz que emitían el texto y el intérprete. El momento culminante, para mí, lo alcanza cuando el hijo habla de la culpa que siente hacia la relación incompleta que tuvo con su padre (a mí me pasó lo mismo con el mío), de esa falla que es, y será para siempre, imperdonable, generadora de culpa imborrable. Nunca podremos perdonarnos no haber estado a la altura de nuestra condición de hijos. Tampoco de padres, cuando llegamos a ese trance. La relación paterno filial, de ida y vuelta, siempre resulta incompleta. Sin embargo, Gomá, como es un buen hombre y cree en la vida (no queda otra), nos tiende la mano y nos habla de un posible modo de redimirnos y consolarnos (esa es la posición de Gomá que enfría mi reconocimiento hacia su obra). No obstante, la representación me conmovió…
DICCIONARIO IMPROVISADO E INNECESARIO
LADRÓN: No recuerdo haber robado nunca, salvo cuando era niño, fruta de árboles que, por supuesto, no eran míos. Fotos sí, en bastantes ocasiones (entiéndase fotografiar a alguien inadvertidamente), pero casi siempre aprovechando circunstancias eximentes, como procesiones y otros eventos y manifestaciones públicas donde los participantes se prestan o arriesgan a ser fotografiados impunemente.
Se cuenta que cierta noche, Voltaire y unos compañeros de viaje se alojaron en una posada del camino. Los alrededores del lugar sugirieron el tema, y después de comer todos se pusieron de acuerdo en que contarían historias de ladrones por turno.
Cuando llegó el de Voltaire, dijo:
-Había una vez un Recaudador de Impuestos.
Como no agregó otra cosa, los otros le pidieron que continuara con la historia.
Voltaire dijo:
-Ésa es toda la historia.
Donde Voltaire dijo Recaudador, ahora y dado los vergonzosos hechos con los que nos tropezamos diariamente en este país, se puede decir, indudablemente y con toda propiedad: –político-. En la foto, alegoría de uno de ellos, cualquiera, no hay riesgo de equivocación, pillado -in fraganti-en el imposible caso de que fuera detenido porque -ellos- nunca dictarán leyes específicas por las que puedan verse incriminados, juzgados y severamente condenados (para estos nefandos casos de injustificable y repugnante traición a los electores habría que implantar un severo y disuasivo catálogo de amputaciones). Y ahora Ambrose Bierce: «LADRÓN: Nombre vulgar con el que se denomina al que tiene éxito en lograr la propiedad de los otros».