Chicago, la mejor ciudad del mundo…acabo de oírlo en un blues, y me lo creo…
EL ATURDIMIENTO PROPIO DEL HECHO DE TENER COSAS QUE HACER II (desde hace casi tres meses). Por si todo lo que dije ayer fuera poco, además, estoy colgando nuevas fotografías y cambiando la colocación de otras que ya estaban por toda la casa (mías). Esta ingente tarea supone enmarcar muchas, acordarme de que existen, de que en algún remoto momento las positivé; el hecho de traerlas a la luz de la casa supone reconocerlas. Y apreciarlas. Probablemente ya se quedarán ahí indefinidamente, mirando mi vida doméstica hasta el final, porque nunca volveré a tomarme tantas molestias. Llega un momento que intuyes que todo lo más o menos significativo que haces es la última vez que lo afrontas, y eso es un alivio…
LOS DÍAS 58
Coppola, como personaje episódico de la novela, charlando con la narradora: “-vos sabés- el artista viene al mundo con un carcaj que contiene un número limitado de flechas doradas, puede lanzar todas sus flechas de joven o lanzarlas de adulto, incluso ya de viejo; también puede ir lanzándolas de a poco espaciándolas a lo largo de los años, eso sería lo ideal, pero sabes que lo ideal es enemigo de lo bueno; lo dijo como si estuviera improvisando, pero se notaba que era algo que tenía muy pensado ¿quiere decir que el artista no tiene control sobre estas flechas? -le pregunté-. Seguía hablándole al vacío, pero escuchaba -solo al final de una vida se puede evaluar la periodicidad de los lanzamientos…” María Gainza (Un puñado de flechas, 2024)
Lunes, dieciséis de septiembre de dos mil veinticuatro
Ya es lunes ¡menos mal! Se soporta mejor el paso del tiempo entre semana que en los finales porque en las conclusiones parece que tenga que pasar algo, y como nunca pasa, todo acaba como en un holocausto, sin serlo. Las catástrofes puede que tengan la textura de la épica, o del fin de la historia, o algo de trascendentes, en fin, artísticas, como si de una tragedia griega se tratara. Mis fines de semana no, no tienen nada de nada, y no es que desee que se me caiga la casa encima, eso sería estúpido; sino que se mueva algo, aunque solo sea el aire de una tormenta, violenta incluso.
Este fin de semana (viernes incluido), salvo hablar un rato con Gabriel, no crucé ni una sola palabra con nadie. Y no, no es que quiera hacerlo, eso es lo de menos, porque se suele hablar de nada; sino de algo tan sencillo e imposible como llenar de contenido vivencial el tiempo y que vivir no sea como una escara reseca en la piel. Ayer terminé un estupendo ensayo biográfico, pero de eso ya hablé ayer. Inmediatamente empecé otra obra prometedora de otra argentina, en este caso de María Gainza (Un puñado de flechas), escritora y crítica de arte argentina. Lo poco que llevo oído me hace ilusionarme con otra obra absolutamente gozosa. Menos mal que al menos me quedan mujeres argentinas que me acompañan en mis rutinarios paseos (la lectura es en modo argentino, con su propias palabras y sobre todo, el acento, oh el acento, tan musical, tan tanguero).
Cuando volví de mi caminata con María Gainza y Mi Charlie me recliné en mi cheslón del estudio a perpetrar estas cositas que traigo al diario. Luego comí una ración de paella que me compré el sábado en Mercadona y luego la breve siesta y luego otra vez al estudio a seguir con lo mismo, con planes de no morir todavía. Se me ha ocurrido que a finales de esta semana podría hacer uno de mis viajes cortos. He pensado en Huesca y Navarra, cuatro o cinco días, como mucho (me canso pronto de mis silencios viajeros). La tarde la pasé intentando establecer una posible ruta. Ya veré.
Después he cenado, lo de todos los días (qué aburrimiento), quizá deba cambiar mis menús nocturnos para añadir algo de variedad a las perezosas costumbres. Ya veré.
Por la noche televisión: una serie que me encontré el otro día por azar (Prison Break) y que me parece maravillosa porque sin ser de las consideradas buenas, para mí lo es ya que se parece a los tebeos que leía en mi infancia (El Jabato o el Capitán Trueno…) y porque es de aventuras y todos los capítulos terminan con una gran intriga porque los protagonistas, que son los malos-buenos les van a pasar cosas terribles y necesito ver el siguiente capítulo enseguida para ver cómo se libran de los auténticamente malos, más que ellos. Son unos tipos que primero fueron presidiarios y más adelante, gracias a la sofisticada inteligencia del líder pasaron a ser prófugos. Además, hay una bonita y contenida historia de amor sin sexo ni nada, solo miradas, que es genial, además de poético, porque me desagrada mucho ver follar a los demás, aunque sea en cine (es como si a un hambriento le muestras comidas pantagruélicas, es decir le torturas cruelmente). Y, por si fuera poco, el feliz hallazgo, no se trata de una de esas miniseries de mierda que solo duran seis capítulos y que si te gusta mucho te dejan frustrado por su brevedad; no ni mucho menos, esta tiene nada menos que ochenta y nueve capítulos, tres más que Los Soprano. Lo voy a pasar estupendamente.
Creo que voy a dejar ya el relato de mi desapacible fin de semana porque ni siquiera he sonreído en ningún momento. Ah, se me olvidaba, el sábado por la noche vi un partido del Real Madrid, que ganó (ganar es incitante, perder desanima), y eso me dio un cierto impulso para salir a tomar una copa. Tuvo gracia, entré en el bar de copas al que suelo ir en noches así (siempre en sábado), lo recorrí de oeste a este, de un lado a otro y vuelta (estaba semivacío), no encontré a ninguna mujer a la que mirar para ver si conseguía que ella me mirara a mí, pero no, no había ido; así que salí sin tomar nada (mi aventura duró exactamente un minuto). Media hora después de haberme ido ya dormía en mi cama, claro. Esta historia se ha acabado por hoy, ya que el lunes será exactamente como el domingo, y así todos.
La Fotografía: Chicago, estéticamente bella como una composición abstracta y futurista, pulida y hermética de bloques impenetrables. Es una ciudad para flotar entre sus soberbios edificios y seguir el curso del río Chicago por encima de sus sucesivos puentes. Magnífica ciudad, pulcra y elegantísima, estéticamente muy por encima de todas las que he conocido de EE.UU., donde fui durante unos años, porque Gabriel vive allí desde principios de siglo (tengo bastantes fotos de esa ciudad sin publicar todavía). Me parece prodigioso que los Fuentes, es decir, nosotros, desde el reseco cerro del acebuchal hayamos ido a para a una de las ciudades hermosas del mundo (quizá ha sido así porque nos lo merecíamos).
En esa ciudad se desarrolla la estupenda serie de perdedores y sus desventurados hechos, a veces también gloriosos, que estoy viendo encantado ahora.
BORJA y su familia: el reciente y breve viaje a Chicago, apenas si ha dado para más que para contemplar a Lucía Mae, compartir buenos momentos con Gabriel y Jackie, leer a Paul Auster y el enfriamiento de las cámaras; es suficiente. No obstante, al aterrizar en Madrid, me detuve un momento a observar a Borja y su familia (eran vecinos de asiento en el vuelo de Londres a Madrid). Bueno, más exactamente, fue cuando cerré el libro y me levanté para salir del avión. Primero, me llamó la atención la madre: era una señora alta, delgada, de mediana edad, todavía con un cierto atractivo. Me la imaginé maquillada, con un vestido ceñido, ligeramente corto y sonriendo, sobre todo sonriendo (a una mujer así podría poner todo de mi parte para intentar seducirla, dependiendo de las circunstancias, claro); pero no, su rostro no resultaba estimulante porque transpiraba un aburrimiento abismal. Dos adolescentes adormilados permanecían sentados (uno de ellos era Borja); por qué lo sé, pues muy sencillo, porque su padre (supongo) le dijo con una voz cargada de desprecio ¡qué tonto eres Borja! El chico siguió adormilado; evidentemente le daba igual lo que dijera el tipejo que parecía su padre (si mi padre me hubiera dicho algo así y en ese tono, tendría que habérselas visto conmigo). ¿Cómo era el supuesto padre de Borja? Un hombre de aspecto ridículamente aburguesado: bajito, con una tripita abultada y un bigotito irrisorio (me lo imaginaba de puntillas intentando alcanzar a besar a su esbelta y triste señora), en fin un desastre; pero un desastre estúpido y engreído (él). Hoy coloco esta fotografía, realizada en la orilla del lago Michigan, infinitamente más bella que la familia de Borja, porque, obviamente, de ellos no tengo.
Si hay un elemento, eventualidad, circunstancia o fenómeno, con capacidad para determinar la percepción de la «realidad» física, de la materia constatable y verificable con la mirada y el tacto, es la luz. Y, quizá especialmente, la presencia de las sombras, también determinada por ella. Siempre son ellas las que revelan y ocultan, y por lo tanto dicen. Después de esta improvisación, tan académica por cierto, que el «fotógrafo» denigra sin dudarlo un instante (lo entiendo, es sabida y por lo tanto aburrida), me pregunto qué puedo decir de una serie llamada:-Sombras en las ciudades-. La presencia de sombras en una fotografía convoca a la poesía y al misterio. A la expresión dramatizada y al lado oscuro de la supuesta realidad, siempre tan cuestionada por el «arte». Nada más sugestivo y fuertemente expresivo que una sombra perfecta y necesaria. Un mismo sitio puede tener tantas interpretaciones como quieran o digan las sombras que sobre él se ciernan. El fotógrafo lee lo que he escrito, levanta la vista y me mira con suficiencia irónica, y lo que es peor, sombríamente. Me da igual. Tampoco él ha estado nada creativo con el título; es una simpleza. Por añadir algún matiz que enriquezca un poco mi escrito me acuerdo de un tal Sánchez Cámara (nombre nada artístico, por cierto), que escribe sobre arte, y que unas veces me gusta y otras no. Dice: «Todo arte genuino es metafísico, espiritual. Reflejar o duplicar el mundo no es tarea del artista». Declaración tremendamente equívoca y peligrosa para la fotografía «naturalista», como casi toda la que realiza nuestro «fotógrafo». La cita es casi una declaración de guerra. La utilización de -juegos de sombras-, es uno de los recursos con los que este tipo de fotógrafos pueden intentar reinterpretar las lecturas «duplicadas» del mundo. Si tienen talento, claro. Busco una mirada comprensiva del «fotógrafo» por la mediocridad de mi presentación y le pido que no dramatice porque, inevitablemente, todo esfuerzo por saber verdaderamente es inútil. «El autor perdona porque se esfuerza en comprender y se hace perdonar por lo necesariamente precario que es siempre su acto de comprensión» Francisco Calvo Serraller
(diez horas). «Sí, hay días que lo mejor sería anular el programa y quedarse suspendido en una penumbra vacía y esperar a que la luz se restablezca por si sola.» La frase anterior, aunque no lo parezca, es mía (cuando la he leído me he sorprendido gratamente), la escribí, en el dichoso blog, el veinticinco de enero de dos mil seis y me parece buena. Han pasado dos años y aquí sigo, igual o peor. ¿Qué ha ocurrido en estos dos últimos años? yo que sé; en estos momentos no tengo ni idea. Sólo sé que la frase es perfectamente válida para hoy, que tampoco se me ocurre nada, pero no estoy dispuesto a suspender o cancelar el programa; como mínimo estaré hasta las tres de la tarde a vueltas con todo esto. Luego comeré y después…supongo que volveré a la nueva web, (o no).
Ah, seguimos en Chicago; hemos conocido a Lucía Mae y me parece una pequeña preciosidad. Como todavía no tengo fotografías de ella continuamos con Chicago.